Quiero ser una loba
Quiero ser una loba.
Me cansé de la tensión que pasa por mi espalda
cada vez que entro a una habitación con depredadores.
Quiero ser una loba.
Para poder aullar y que me oigan.
Estoy harta de gritar y luchar para que me escuchen sobre sus graves voces.
Quiero ser loba.
Para que la gente piense dos veces en acariciarme sin mi consentimiento.
Para que al mostrar mis dientes la gente se guarde sus opiniones.
Para que cuando lame mis heridas nadie subestime mi fortaleza,
sino que respete mi modo de sanar.
Quiero ser loba
Para poder defenderme y no morir en el intento.
Quiero ser loba.
Y qué los depredadores tiemblen, así como lo hago yo cuando los veo acechando.
El lamento de nuestro nacimiento
Cuando mi mamá descubrió que esperaba una nena,
mi abuela le pidió perdón: Lo lamento exclamó con pesar mientras la abrazaba.
¿Por qué? Preguntó sin entender.
Porque la va a parir, a la vida y a la gente que la vive.
Ese fue el primer momento en que mi mamá
tomó conciencia de lo que significaba traer una mujer a este mundo de hombres.
Años más tarde charlando con las madres de otras mujeres, sucedió lo mismo.
Lo lamento, les dijo la sociedad
cuando en nuestros documentos de identidad
marcaron una F de “femenino”.
Aunque toda nuestras vidas
nos hicieron creer que esa letra significaba falla,
frágil.
La maldición de ser
En mi familia solo hay tres hombres,
el resto,
son mujeres.
Ocho para ser exacta.
Cada vez que digo ese número,
no falta alguien que diga
“pobres”
“ay qué difícil debe ser para ellos”.
Yo sonrío.
¿Por qué?
¿Por qué pobres?
¿Por qué somos más?
¿Por qué por primera vez son ellos los que se incomodan en una habitación?
¿Por qué no son ellos los que llevan la batuta?
¿Por qué?